El triunfo sobre la muerte
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El triunfo sobre la muerte
Vamos a considerar, mis queridos estudiantes, estos dos hechos: el triunfo de la Virgen María en su Asunción a los cielos y el triunfo también de nuestros dos queridos hermanos.
El apóstol Pablo, al hablar de aquello que trajo a esta tierra el desorden, el pecado original, dice que por un hombre entró la muerte en el mundo; por un hombre vino la muerte; y por un hombre -dice- ha venido la resurrección; si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. He aquí, mis queridos estudiantes, una verdad que nosotros no la debemos olvidar. Es cierto que especialmente según la enseñanza del Apóstol San Pablo que dice “en el desorden del pecado original” la naturaleza humana fue herida de muerte, pero también esa misma naturaleza humana volvió a su primitivo estado de regeneración por Cristo Jesús.
La Virgen María -como sabemos nosotros- encarnó, pero encarnó con el objeto de servir como templo de ese Espíritu de Dios, de ese Unigénito de Dios que vendría a restituir a su primitiva grandeza, esa naturaleza caída. Pero cuando la Virgen María tomó la naturaleza humana fue elevada de tal manera esta naturaleza que en ese mismo instante la constitución atómica -digámoslo así- esa vibración atómica pecadora de la naturaleza, de la especie humana, al impacto de la Encarnación de ese Espíritu tan evolucionado como el de María, quedó –digamos así- purificado, hasta tal punto que en el mismo instante en que ese Espíritu poseyó la naturaleza humana, ese Espíritu quedó totalmente purificado de cualquier falta, de cualquier desorden. Este es el privilegio de la Virgen y que se llama el privilegio de Su Inmaculada Concepción.
La Virgen María pues, siendo un espíritu tan evolucionado no contrajo ni un solo instante, esa mancha con la cual la naturaleza humana se encuentra dañada.
¿Y por qué mis queridos estudiantes, sucedió esto? Porque ese Espíritu iba a ser más tarde aquel que más cerca estaría de aquel otro Espíritu, ya no humano, ya no creado, sino un Espíritu Increado. Ya no de un ser limitado sino de un Ser Infinito, de Dios Manifestado como es Cristo. En vista de que la Virgen tenía que desempeñar esta misión, fue Ella adornada de todas las gracias –como decimos en Teología- y de todos los privilegios que puede tener una humana criatura, y entre estos está Su Asunción a los cielos.
Pero hay que entender, mis queridos estudiantes, en qué consiste esto de la Asunción de María y en qué sentido dice la Iglesia que “la Virgen fue arrebatada en cuerpo y alma a los cielos”. Nosotros podemos entender mucho mejor estas expresiones de la Liturgia Sagrada.
Si consideramos que la Virgen María subió al cielo exactamente con este mismo cuerpo, con esta carne, estos huesos, esta sangre y en fin, estas vibraciones de todas las células que tiene el cuerpo humano; y si creemos que con estas vibraciones exactamente iguales está en los cielos, estamos nosotros juzgando a nuestra manera, hasta cierto punto bastante alejada de la realidad. Porque el apóstol San Pablo también se encarga de aclarar esto cuando habla de Cristo resucitado y cuando habla de las cualidades de los cuerpos resucitados. Cuando dice que los cuerpos resucitarán: pero si antes fueron oscuros serán entonces –después de la resurrección- luminosos; si antes fueron mortales, después serán inmortales; si antes eran pasibles, después serán impasibles; y si antes eran corruptibles después serán incorruptibles. Y en la resurrección se verifica todo esto. La inmortalidad, la impasibilidad, la luminosidad, la incorruptibilidad, son propias de los cuerpos que han sido ya transfigurados después de la muerte.
Por eso os decía mis queridos hermanos, que este día es un día doblemente alegre para nosotros. Porque es el día de la Glorificación de la Virgen María en su Asunción a los cielos y porque es también el día de glorificación de dos de nuestros hermanos que constituyen –yo lo digo con plena conciencia- los pilares sobre los cuales está edificada nuestra Asociación.
Pero, mis queridos estudiantes, recordemos que también nosotros tenemos una misión por delante, la misión de ser como ellos, de entregarnos como ellos se entregaron a llevar adelante la mística de la Asociación. Vosotros les conocisteis y les amasteis, muchos de vosotros, estuvisteis muy de cerca. Y una de las cualidades que sobresalía entre ellos era su humildad, su profunda humildad… y su profundo amor. Ellos lo hacían por amor, todas las cosas las hacían por amor; y también, su dedicación a la oración, a la meditación.
Recuerdo en este instante, unas palabras de un sacerdote que es santo: el cura de Ars. Unas palabras que quiero vosotros las grabéis también profundamente en vuestros espíritus. Dice él: “la oración y el amor a nuestros hermanos, constituyen la verdadera felicidad del hombre”. Hermanos, dos cosas fundamentales, que recomienda también el Cristo, “orar y también amar”. En estas dos palabras está contenida toda la enseñanza y no necesitaríamos más, mis queridos estudiantes.
Si resumimos nuestra vida y hacemos que nuestra vida sea solo eso: una vida de oración y una vida de amor, tengamos la plena seguridad de que habremos encontrado el filón de la verdadera felicidad. Amar y orar. El que ama solamente y no ora, no hace sino un cincuenta por ciento; y el que ora solamente y no ama, también no realiza sino un cincuenta por ciento. Pero amar y orar eso sí es la plena realización. Y esto es lo que supieron hacer nuestros hermanos: amaron y también se dedicaron a la oración. Pero eso sí, tengo que repetiros una vez más: muchos se imaginan -pero se imaginan erróneamente- que esto de amar y sobre todo de orar, de meditar, es para los monjes, para las monjas, para las personas dedicadas a la vida religiosa. No, mis queridos estudiantes, esto es absolutamente para todos; la oración es necesaria para todos. Y el Señor cuando dijo “vigilad y orar para que no entréis en tentación, orad sin interrupción” y luego hizo tantas recomendaciones para que oráramos, no se dirigió a los sacerdotes y a los religiosos, ni a los aspirantes a la vida espiritual. Dijo esto a todos, absolutamente a todos sin excluir a nadie. Por eso nosotros tenemos que hacer conciencia de que a través de la oración y a través del amor a nuestros hermanos hemos de realizarnos.
En esta celebración Eucarística, mis queridos estudiantes, vamos una vez más a dar gracias a Dios porque ha puesto delante de nosotros dos ejemplos de nuestros hermanos, dos ejemplos de vida. Y vamos a dar también gracias, porque se dignó embellecer a esa Criatura incomparable, a la Virgen Bendita, de lo más precioso de todos sus atributos. Y vamos a pedirle a la Virgen Bendita que cada día vayamos progresando en esta escuela del amor a nuestros hermanos y en esta escuela de la oración, escuelas en las cuales Ella encontró su Bienaventuranza y nosotros le encontraremos también si practicamos de verdad, si llevamos a la práctica esta consigna de la oración y del amor a nuestros hermanos.
“LA VERDADERA VIDA SE IDENTIFICA CON EL ESPÍRITU, Y DONDE HAY VERDADERA VIDA ALLÍ ESTÁ LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU”
Homilía. Baños, 15 de agosto de 1980
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