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P. Dávila (Ascensión del Señor)

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ASCENSIÓN DEL SEÑOR Hoy, fiesta de la Ascensión del Señor, he comprendido mejor este símbolo, esta parte esotérica de la vida de Cristo. Su ascensión no tiene otro significado que éste: Mostrarnos de una manera sensible que la naturaleza humana que asumió el Cristo  (naturaleza que también es la nuestra), se colocó en el orden ontológico  sobre cualquier otra naturaleza creada: Sobre los ángeles, querubines... siendo ella la primera. También nosotros por ella y en ella, ascendimos igualmente sobre toda naturaleza creada. Esto lo dice Pablo de Tarso (lectura de la Carta del día de la Ascensión), lo dice igualmente S. Agustín, S. León el grande. Nuestra incorporación al cuerpo de Cristo  nos eleva así sobre toda naturaleza creada.  

P. Dávila (El Dios amor, nuestro huésped)

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EL DIOS AMOR, NUESTRO HUÉSPED Este Dios Amor, nos rodea y nos penetra, como el agua los poros de una esponja. Sentir a ese Dios Amor, no es como se creyera, privilegio de pocos; todos sin excepción, estamos llamados a entrar por este camino. Para esto, no necesitamos alejarnos en busca de la soledad de las montañas o de la augusta quietud de los desiertos, sólo necesitamos entrar en nosotros mismos. El Dios Amor a quien buscamos en la angustia de nuestros dolores, en la agonía de nuestras frustraciones, a quien queremos asir de la mano en las duras pruebas de la vida, es huésped de nuestra propia casa.  

P. Dávila (En manos de Dios)

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EN MANOS DE DIOS Hay algo fundamental que se olvida en estos casos, cuando se trata del bienestar de la colectividad. Se cree que el hombre en esta tierra está destinado para caminar a la deriva, sin rumbo fijo, sin meta ulterior. Todos los pueblos de la tierra, y nosotros a la cabeza, debemos hacer conciencia que existe una Fuerza Superior que guía los pasos del hombre cuando se la invoca. Ante todo debemos poner nuestros problemas en las manos de Dios y luego buscar las soluciones.  

P. Dávila (A la Dolorosa)

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A LA DOLOROSA  Madre Dolorosa, que Tu mirada permanezca puesta siempre sobre el ECUADOR. Es tu pueblo. Somos tus hijos engendrados en el dolor. Vela especialmente  por la niñez, por la juventud, por el gobierno  de esta Patria terrena para que aquí aprendamos todos  el arte de prepararnos debidamente  a vivir la vida verdadera.  

P. Dávila (La Onda Divina)

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LA ONDA DIVINA Esa onda divina que es gozo, esa onda divina que es bienaventuranza, esa onda divina que es salud, esa onda divina que es omnipresencia, esa onda divina que es todo, está presente como están en este momento aquí en esta sala las ondas que emite la radio, las ondas de televisión, esas ondas que están emitiendo las antenas... y si tuviéramos un pequeño radiotransitor captaríamos algunas de esas ondas. Nosotros tenemos ese radiotransistor en nuestro corazón, en nuestro espíritu y lo que hemos de tratar es de sintonizar esa onda divina, sintonizar esa onda con la meditación, con la introspección, con la interiorización. No importa mis queridos estudiantes, que apenas sintonicemos rápidamente esa estación después se nos vaya la onda, eso no importa, es suficiente, suficiente una pequeña luz para que oriente nuestra vida.  

P. Dávila (Basta con buscar a Dios)

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  BASTA CON BUSCAR A DIOS Ciertamente, no hay nada, ni dentro ni fuera de cada uno de nosotros, que nos colme de tanta felicidad; hasta tal punto de no desear nada más que el gozo de amar a Dios, de conocerle, de servirle... Busca siempre a Dios en todos y en todo, en ti mismo, en los demás, en las cosas; y verás cómo cambia totalmente  todo el sentido de tu vida.

P. Dávila (Le Crucificaron)

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LE CRUCIFICARON La Cruz era un suplicio humillante. Los reos, los que habían cometido crímenes horrendos debían pagar en este suplicio el precio de su culpa. No lo conocían los judíos. La Palestina estaba bajo la dominación romana cuando el Señor fue crucificado. Los romanos habían reservado este suplicio a los criminales extranjeros. Un ciudadano romano estaba exento de este suplicio y era condenado a la espada del verdugo. El día de hoy, el peregrino puede detenerse sobre aquel mismo lugar en el cual Jesús fue levantado en alto. El misterio de la Cruz consumado en la pequeña colina del Calvario, se hace vivo, real, patente, como hace dos mil años, cuando se abren los ojos de la fe, allí, en aquel sitio saturado por la presencia de Cristo crucificado (Mt. 37,35) y muerto en la cruz. Cuando Caín descargó el garrote en la cabeza de su hermano Abel, recordó el Señor al fratricida: “La voz de la sangre de tu hermano, está clamando a mí desde la tierra” (Gen. 4,9) La voz de este nuevo