TESTIMONIOS SOBRE LA MEDITACIÓN: MI PANDEMIA EN LA PANDEMIA
Este tiempo de cuarentana fue muy bien aprovechado porque
me permitió incrementar mis prácticas espirituales: el Kriya Yoga, la
meditación, la lectura de temas espirituales; entonces lo que para la gran
mayoría de las personas fue un tiempo tormentoso para mí y entiendo que, para
todas las personas de meditación, fue una bendición.
A los dos meses pude dictar las clases por zoom y en septiembre iniciamos
la práctica de Kriya Yoga y la meditación colectiva por este mismo medio.
En los primeros días del mes de diciembre, la hermana enfermedad decidió visitarme. Una mañana amanecí con un fuerte dolor de la pierna derecha y no podía caminar. El médico me pidió hacerme una radiografía para descubrir que se me había fisurado el fémur y debía estar en reposo por unos meses.
Sin embargo, esta temporada me fue muy fácil sobrellevarla pues usaba un bastón para movilizarme por la casa y continuaba con todas las prácticas espirituales tanto a nivel individual, cuanto las colectivas vía zoom.
En el mes de abril sentí un fuerte dolor del abdomen y en seguida intuí que esta hermana enfermedad me visitaba nuevamente, pero esta vez de una forma contundente. Yo sabía lo que me estaba ocurriendo pues en los años 2015 y 2017 tuve la misma dolencia y en ambas ocasiones me tuvieron que operar de peritonitis.
Esta vez llegué a un estado muy crítico pues en una semana tuve dos
operaciones del abdomen y tuvieron que cortarme algunos pedazos de los
intestinos. Recibí seis pintas de sangre
y permanecí en la unidad de cuidados intensivos por varios días. Por el semblante de los médicos y de mi
familia, supe que la situación era muy complicada.
Yo había escuchado que la enfermedad tiene dos objetivos: el uno es para aligerar tu karma y purificarte y el otro, es el boleto que te lleva a más allá. Cuando pensaba en esta última probabilidad, sólo repetía lo que le oí decir al Padrecito en algunas ocasiones: “Señor pasa Tú a conducir el barco de mi vida y yo colaboraré con lo que sea Tu Voluntad”. Les cuento que en ningún momento me invadió ni la desesperación, ni la ansiedad. Si tenía pena de mis seres queridos al pensar en la posibilidad de no volverles a ver, pero estaba invadida de una paz insondable.
Estuve 35 días en la clínica y cuando me dieron el alta volví a casa con 15 libras menos y con muy poca energía. Pasaba mucho tiempo dormida, no tenía hambre y todavía no podía sentarme a meditar.
Recién al cabo de unos diez
días de estar en casa comencé a sentirme mejor. Empecé meditando por apenas
media hora, pero poco a poco pude incrementar el tiempo de meditación y con
gran entusiasmo volví a mis prácticas habituales.
Pero todavía no termina mi Vía Crucis. En el mes de agosto tuve que internarme nuevamente en la clínica por
diez días para una nueva cirugía de reconexión del colon que sería la
última. Cuando me desperté de la
anestesia el médico me informó que no pudieron hacer la conexión porque
encontraron que el intestino grueso tenía una parte deteriorada que tuvieron
que extirpar y que tengo que someterme a una nueva cirugía en el mes de
noviembre. Una vez más repetí en
silencio: “Naham-Naham-Tuhu-Tuhu".
¿Qué experiencia he sacado de todo lo que acabo de narrar? Que le agradezco de
corazón a mi Dios que puso en mi camino a un hombre santo como fue el Padre
Dávila, que me condujo por el sendero de la meditación y me enseñó a aceptar
incondicionalmente la Voluntad Divina.
He comprobado que esta actitud de aceptación nos conduce a una vida de
paz, sin importar las circunstancias que nos toca vivir.
He constatado una vez más que la meditación nos enseña a ser optimistas, a
vivir en armonía con uno mismo y con los que nos rodean, a aceptar a los demás
como son, a ver el aspecto brillante de todas las cosas, a encontrar claridad
en el rincón más tenebroso, a caminar por la vida con un canto de dicha, un
mensaje de esperanza, de valor y de ánimo y una fe permanente en Dios, a ser
feliz, aunque se tropiece con lo que lleva a otros a la desesperación y a la
miseria, a aceptar con serenidad las cosas que no podemos cambiar y a tener el
valor de cambiar aquellas cosas que sí podemos. La meditación no nos hace invulnerables a las enfermedades y a los
problemas, pero si nos protege de la negatividad, de la angustia, de la
desesperación, del odio, del temor, de la preocupación y de tanta calamidad a
la que los seres humanos estamos expuestos. Y en verdad se puede sentir que
Dios escribe recto en renglones torcidos y sabe sacar grandes bienes de lo que
nos parecen males.
Termino este relato expresando que para aceptar la voluntad divina no hay
que hacer mayor esfuerzo humano. Pienso
que se trata de una gracia divina, producto de la meditación que la he venido
practicando por cerca de 50 años.
NAHAM-NAHAM
TUHU-TUHU
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