Dónde buscar a Dios.
Julia
Vásquez
Buscar
significa hacer el esfuerzo para conseguir algo, el padre Dávila nos dice que
esta búsqueda no se da solo en el plano físico sino también en los planos más
sutiles.
Existen
seres humanos que se hacen preguntas sobre sus planes y propósitos, generalmente
nuestros anhelos, de diferente tipo, son más bien de orden material, ¡cuántas
cosas nos vienen a la mente! ¿acaso serán meros deseos de escapar de la
realidad de la existencia? Otro grupo, quizá el mayoritario, vive casi
mecánicamente, sin ningún ideal ni plan para vida plena, vienen y parten sin
saber para qué vinieron, nunca despertaron en la tierra.
Independientemente
de nuestros propósitos y anhelos todos somos hijos del mismo Padre, y en el
fondo de nuestro ser, en nuestro interior, se encuentra la plenitud, la heredad
que merecemos todos, absolutamente todos.
La
meta de todo ser humano es encontrar el camino más corto que nos guíe, que nos
conduzca a ese encuentro del tesoro escondido, ese tesoro que yace en la cueva
más recóndita de nuestro corazón. Todos los bienes materiales nos darán un
cierto deleite temporal, tan efímero que pronto nos sentiremos vacíos, la única
paz verdadera radica en el conocimiento del ABSOLUTO, de lo DIVINO, de la
VERDAD y el AMOR.
La
concentración es la capacidad de mantener la atención en algo específico, es
una habilidad fundamental para el aprendizaje, para el conocimiento, por tanto,
para encontrar lo que buscamos. La palabra concentrar
viene del latín y significa “juntar todo
en el medio”, podríamos decir que es canalizar toda nuestra voluntad y
atención centrándola y focalizándola en un determinado objetivo.
Muchos
hombres de éxito económico, político, científico son personas de gran capacidad
de concentración, sin embargo, tienen el riesgo de introducirse en un laberinto
de dificultades y problemas y permanecer allí sin encontrar la salida. Tal vez
su concentración, aunque efectiva, puede estar dirigida hacia lo superficial. El
hombre que posee este mérito poderoso de la concentración debe dirigir la
súplica a Dios para que le guíe y enfoque su mente al lugar adecuado, a la
puerta correcta. La concentración es hacerse uno con el objeto y el objetivo,
es el proceso de nuestra vida, es trasladar lo exterior a lo interior, para
cambiar nuestro estado de consciencia. No es sencillo interiorizar, requiere
primero de un entrenamiento, de la observación de nuestros sentidos, pues son
ellos que tienden a gobernar produciéndose desequilibrios, pero conociéndolos
bien, podemos ponerlos al servicio de la concentración.
Así
entonces la concentración es apagar los
sentidos, controlarlos de manera
consciente para poder entrar en el silencio, pero no se trata de quedarse
sin palabras, es más bien llegar a obtener el poder del silencio. Al entrar en
el silencio se entra en el eterno presente, donde no existe ni tiempo ni
espacio, ni recuerdos, ni resentimientos del pasado, ni proyectos para el
futuro, solo el presente es eternidad, paz, gozo, donde solo reina el silencio.
EL TESORO ESCONDIDO
Para
descubrir el secreto es necesario seguir un camino, un proceso, es necesario
ascender de escala en escala, con tu voluntad y con tu esfuerzo diario, solo tú
mismo puedes llegar; es importante tener el anhelo de unidad con Dios. Por
medio de una regular y constante meditación diaria, como las técnicas y
prácticas aprendidas por la escuela de Auto-Realización AEA, se podrá escalar y
seguir el camino. Cuando alcancemos esa sintonía el secreto será descubierto,
el manantial infinito es Dios, al encontrar el tesoro encontrarás esa paz nunca
sentida, el gozo y el amor se desborda, no hay noción del tiempo, y se desea
únicamente continuar en ese estado desbordante de alegría.
El
camino y los métodos fueron enseñados sabiamente por JESÚS, por los discípulos,
los padres de la Iglesia, los santos y sabios de todas las religiones, por los
maestros de Oriente, y ahora con certeza hemos descubierto que el tesoro se
encuentra dentro de nosotros mismos, lo llevamos en la profundidad de nuestro
ser, en lo más íntimo de nuestro corazón. Los seres humanos gozamos de ser la
mayor manifestación divina, somos teóforos,
pues la luz permanece en cada uno de nosotros.
El
padre Dávila nos enseña que para llegar a este objetivo hay que descorrer las
cortinas o nubes que opacan el brillo del tesoro y entonces lograremos ver la
luz radiante que nos abrasa, seremos uno con ÉL, somos la gota en el océano,
somos la chispa en la hoguera del amor.





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