P. Dávila (Él se dio a todos)
ÉL SE DIO A TODOS
La fama de los milagros del Divino Taumaturgo
había rebasado los límites de Judea, Galilea, Samaria, Perea, Idumea.
También en Traconítide, Batanea, Galaonitide y demás ciudades de la Decápolis,
se comentaba los hechos extraordinarios de aquel Gran Profeta de Nazaret.
asediado por las muchedumbres iba de ciudad en ciudad, de caserío en caserío,
anunciando el advenimiento del reino de Dios a los hombres
y obrando extraordinarios milagros.
Nadie que acudió a Él fue desechado.
para todos tuvo palabras de esperanza. Se dio a todos.
Solamente sus enemigos gratuitos, escribas,
fariseos, doctores, letrados, sacerdotes
que veían desmoronarse el imperio de intereses mezquinos,
levantado sobre la miseria moral,
siempre tolerante de ese pueblo humilde, le temieron,
le odiaron y le condenaron a muerte.
Pero los pobres, los que carecían de un techo,
hombres, mujeres, niños en quienes resplandecía aún la sonrisa de Dios
le buscaron, le siguieron, le amaron.
A Él que no tenía una piedra en que reclinar la cabeza,
a Él que jamás tuvo en la mano una moneda,
a Él en cuya mirada se reflejaba el Amor Infinito.
A Él que se identificó con ellos, que fue su hermano,
carne de su carne, sangre de su sangre, vida de su vida,
le buscaron, le siguieron, le amaron...

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