P. Dávila (Tierra Santa)


TIERRA, ¡SANTA!

He tenido la felicidad 
de visitar muchas veces Tierra Santa.
Estas visitas han sido para mí
la mejor recompensa que periódicamente 
recibo de nuestro Bendito Señor.
Respirar el aire que ÉL respiró,
visitar los lugares que ÉL visitó,
contemplar los horizontes que ÉL vio,
poner mis plantas humildes 
donde las puso mi Señor,
permanecer en los prados, en las montañas, 
en las ciudades donde ÉL se detuvo,
vivir intensamente las escenas
que ÉL vivió en esa Tierra Bendita,
sentir la nostalgia de la ausencia física del Maestro Divino, 
pero al mismo tiempo, 
saborear en lo más íntimo de mi ser,
la bendición de su palabra viva
rebosante de luz, de amor, de sabiduría,
de dulzura, de espiritualidad...
¿Puede haber cosa igual?
Mi visita a BELÉN y al Campo de los Pastores 
es algo que no lo olvidaré jamás.
El Campo de los Pastores dista de Belén 
escasos dos kilómetros.
Es una planicie hermosa.
Rara, muy rara, en la antigua Judea
cuya topografía completamente irregular 
evoca la soledad agreste
de nuestros páramos andinos.
Después de veinte siglos, el día de hoy,
el alma contemplativa 
todavía escucha el HIMNO DE LA PAZ 
que cantaron los ángeles 
a los pastorcitos de aquel Campo
y en ellos, a todos los hombres
de buena voluntad.

 

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